Que este blog crece gracias a ustedes, mis queridos amigos, creo que no tengo que decirlo. Y este post nació de una pequeña charla que tuve con una chica que estuvo leyendo el blog y decidió enviarme un mensaje (sí, recibo mensajes todos los días, y créanme, trato de responderlos a todos, aunque a veces es difícil).
Les aclaro que este post no va a tener casi fotos, es que el disco donde las guardaba se me rompió 😦
Ya sabrán ustedes (y si es la primera vez que pasas por acá lo vas a saber ahora), que por lo general rechazo ir a lugares turísticos. No es que no me gusten, sólo que me exaspera ir a un lugar con mucha ilusión y no poder ver nada a causa de tantas personas sacando fotos con el (casi) único fin de mostrarlas a sus amigos en Facebook en vez de disfrutar el momento. Creo que el creador del selfie stick debe ser rico, bueno, si es que lo patentó.

Por otro lado, créanme, hay lugares mucho más lindos que los que nos muestran en los folletos y encima suelen ser más baratos. Me considero además un viajero de experiencias. Para mí la vida está afuera, recorriendo la calle.
China es un país que está 100% conectado por tren, y si bien viajar en avión no es tan caro (al menos comparado con Argentina), obviamente es mucho más barato viajar en tren, y de hecho, los mismos trenes tienen distintas tarifas, distintos precios de boleto. Dudo que algún súper empresario los use, pero aún así creo que es el medio de transporte más democrático que hay.
Primero están los boletos más baratos. Estos no incluyen asiento, es decir, la persona debería ir parada todo el tiempo. Claro, uno pensaría que en un viaje de 30 minutos o una hora no hay problema, pero estos trenes unen provincias en un país gigante. Van de norte a sur, de este a oeste. Viajar 20 o 25 horas parado definitivamente no es lo más cómodo. Esto es además para que vean que por más avance que tenga China estos días, hay algunas partes que siguen siendo de antaño.
Luego vienen los boletos con asiento, y estos se dividen en asiento blando y asiento duro, aunque a decir verdad yo no vi la diferencia. Finalmente están los boletos con cama. Si uno compra estos es sólo cuestión de relajarse.
He aquí mis experiencias, bien al estilo Hernán.
La primera vez que viajé en tren (en China), lo hice, debo admitirlo, por falta de dinero. Había sido esa la primera vez que viajaba en tren de larga distancia, y fue más bien de sorpresa. Para resumir, hacía tres meses que había llegado a China. Había conseguido empleo de manera informal. Me habían prometido una visa de trabajo y fui cuasi engañado. Me encontré entonces con la difícil tarea de conseguir una nueva visa de turismo en una semana y correr el riesgo de ser deportado.
Para renovar la visa debía viajar a Hong Kong, pero como Zhufen no conocía tremenda ciudad (una de mis preferidas) le dije que me acompañe. Hasta ahí no parece tanto problema, pero los chinos necesitan un permiso especial para ir a Hong Kong cual si fueran extranjeros, por lo cual Zhufen debía pedir el suyo, y como ella había nacido en otra ciudad en otra provincia, para allá fuimos.
En aquella primera ocasión pedimos los pasajes con cama, y menos mal que lo hicimos. El viaje según decían debía durar unas 22 horas, pero terminó durando 24. Eso sí, fue tremendamente puntual a la hora que debía salir.
Cuando uno va a un lugar sin siquiera haber visto una foto, la sorpresa siempre es mucho más grande.
De esta manera recorrimos pueblos, pueblitos, aldeas, aldeas que parecían la de los pitufos metidas en medio de las montañas compuestas por no más de veinte casas. Arrozales de muchos metros de altura armados de tal manera como si fueran escaleras al cielo a través de los cuales los campesinos paseaban con sus bueyes con el equilibrio de las cabras de montaña. Verdes, amarillos y naranjas en todas sus tonalidades. Paisajes de ensueño.

La imagen no es mía, pero esto es lo que yo veía
En cuanto al tren, las camas eran cuchetas y venían en filas de a tres. Yo elegí la de arriba de todo para no ser molestado, y aunque era cómoda para dormir, no lo era para sentarse ya que al hacerlo tocaba el techo con la cabeza.
A cada rato pasaban vendedores, autorizados por la empresa del tren, ofreciendo todo tipo de comida. Lo principal eran los fideos instantáneos, esos que vienen en un bowl de papel y que con sólo agregarles un poco de agua se transforman en una deliciosa sopa.

En aquel país, comida de estudiantes y de gente de bajos recursos. Para mí eran riquísimos. Por supuesto, hubiera preferido un sandwich de milanesa o jamón y queso con mayonesa y pan francés, algún alfajor (soy fanático de los alfajores) o al menos un choripan, pero claro, eso era imposible, estaba en el corazón de China.

Así es, soy fanático de los alfajores
La gente del vagón, como siempre, de diez y muy curiosa. Ya hacía calor y me había puesto la remera de la selección de fútbol (aunque no me gusta el fútbol, pero es los que nos identifica a los argentinos en el exterior mal que nos pese), y como siempre estaban los que me nombraban a Maradona y a Messi. Sin embargo rápidamente me tiraron el orgullo por el suelo cuando uno me dijo: A…sí, Argentina…está en Europa ¿No?, ¿o está cerca de Australia? ¿Qué idioma hablan allá? Yo tenía ganas decirle hablamos malayo mezclado con maorí pedazo de hijo de mil….y luego pegarle un coscorrón como hacía Don Ramón con el Chavo. Pero después reflexioné y dije estoy a miles de kilómetros de mi país, no tienen por qué saber dónde queda, de la misma forma que la mayoría de las personas fuera de China no sabe ni escuchó en su vida acerca de Changsha, la ciudad adonde yo vivía.
Hubieron más viajes en tren, pero sin lugar a dudas los dos últimos fueron los más interesantes. Estos ocurrieron cuando tuvimos que tramitar la visa argentina para que Zhufen pudiera ingresar al país. La embajada argentina está en Beijing, y nosotros vivíamos a unos 1477 kilómetros. Obviamente no se podía ir a preguntar y volver, así que tras llamar varias veces por teléfono y mandar infinidad de mensajes para asegurarnos que teníamos todo, para allá fuimos. Nos habían dicho que sólo necesitaríamos un día o dos para hacer los trámites, y luego ellos le mandarían el pasaporte por correo. Por supuesto, como no podía ser de otra manera hubieron problemas y nos hicieron quedar dos semanas. Pero el jueves de la segunda semana, cuando nos dijeron que por fin estaba todo listo y fuimos a retirar el pasaporte a la embajada nos enteramos que todavía faltaba un papel más, y dicho papel me lo había olvidado en mi casa, a cuatro provincias de distancia. Rápidamente fui a mi computadora para comprar un pasaje de ida y otro de regreso con la intención de estar al siguiente lunes de vuelta. De avión no había nada por una semana y de tren sólo había pasajes de los más baratos, para ir sentado. Sin más opción compré uno para la próxima mañana. Como el viaje era a primera hora la dejé a Zhufen durmiendo en el hotel, y como en teoría ya conocía el camino a la estación me fui por mi cuenta. Algo que ella nunca supo fue que llegué a las corridas y que estuve a punto de perder el tren (como tantas otras veces, siempre viviendo al límite).
Aunque no estaba muy feliz que digamos, debo admitir que tenía mucha curiosidad.
Por supuesto que adentro del tren el único extranjero de piel blanca y de cara occidental era yo. La verdad me sentí como en la película Los Beverly Ricos, y es que en verdad el cuadro era como la siguiente foto, solo que en vez de auto íbamos en tren y la gente no mostraba el dedo.

No soy crítico de cine, ni me interesa serlo, pero los Beverly Ricos es una de las mejores películas que ví 😀
El campesinado en su plenitud viajaba junto a mí, algunos incluso llevaban sus gallinas en una caja. Todo estaba sucio, pero no es una crítica, es una realidad. No estaba pintado ni maltratado, simplemente estaba lleno de papeles por el piso y semillas de girasol por doquier (los chinos son fanáticos del girasol). Por supuesto nadie hablaba una palabra de inglés y cuando me preguntaban de qué país venía tenía que decirles el nombre de Argentina en chino. Sólo ahí comprendían, y aún en ese lugar no pude safar del “oh…ma la duo na…su zhou hen hao” (Oh…Maradona, fútbol muy bueno jaja). Creo que ya lo dije varias veces, pero acá va de nuevo: casi no me gusta el fútbol y no soy seguidor de Maradona, pero como argentino cada vez que estoy en otro lugar lo primero que me dicen es Maradona (y ahora Messi). Por suerte en lugares tan lejanos no hablan de su vida privada, sólo de sus habilidades como futbolista, y del famoso gol a los ingleses.
En este caso el viaje duró unas veinticinco horas, y aunque yo había comprado el boleto para ir sentado, la verdad es que no podía pararme porque el vagón era compartido con la gente que iba parada, y apenas uno se levantaba cualquiera podía ocupar el asiento y vaya uno a reclamarle a su abuela.
De estos viajes fueron dos así: veinticinco horas hasta mi casa, ir a buscar el papel que me faltaba, volver cuatro horas más tarde nuevamente a la estación y emprender otro viaje de regreso a Beijing sentado por veinticinco horas más. Una locura, pero era la única opción. Debo aclarar que después de eso estuve dos años seguidos sin sentarme.

Esta fue la distancia que tuve que recorrer sentado ida y vuelta en un fin de semana. Puede no parecer mucho, pero créanme, lo fue.
Por suerte todo terminó saliendo bien, Zhufen pudo obtener su visa y los dos pudimos venir a la Argentina. En cuanto al viaje, no puedo decir que lo disfruté pero no me arrepiento. Creo que no lo volvería a repetir, al menos de esa manera tan acelerada, y aunque fue de lo más barato para mí valió más que cualquier viaje en primera clase del mejor avión. Hay que animarse a más mis amigos. Tengan el trabajo que tengan, vivan donde vivan, anímense a de vez en cuando salir de la rutina.
Y bueno, si querían saber cómo se viaja en tren por China (yo sé que es una pregunta que no los dejaba dormir), ahí tienen, así es como se viaja en tren por China.
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