Un Argentino en China

Al principio de los tiempos, fui publicando en este blog mi historia y todas las historias de mi vida en China y mis viajes, mis experiencias, las cosas que vi, las cosas que hice, cómo las hice, los problemas que tuve que enfrentar y cómo los resolví. Siempre lo hice por placer y porque me pareció que era poca la información concreta y verdadera  que había acerca de China en español. Siempre están las fotos de la Muralla China y la Plaza Tian An Men, pero yo me refiero a información acerca de vivir, trabajar, estudiar, problemas con los visados y un sinfín de etcéteras. Cómo les conté al principio (y como también está contado en mi libro Mi Gran Amor Chino), cuando yo viajé por primera vez a aquellas tierras lejanas era poco y nada lo que sabía acerca de China, siempre me las tuve que rebuscar yo, y de alguna forma (creo que tuve un ángel de la guarda o quizás fue Dios quien me guió), como todo buen argentino atando un cable con otro logré salir indemne de cada situación. Dicen que en Argentina estamos tan golpeados por tantas crisis que al salir al mundo los problemas de los que se quejan en otros países para nosotros no son más que tonterías. Es probable.

Uno de esos problemas, desde el principio y sobre todo estando en China, fue la comida. Yo siempre comí de todo. Nunca tuve problemas con ningún tipo de comida, ni en China ni en Argentina, pero de repente con tan sólo 21 años me encontré viviendo en la otra parte del mundo. Si iba a un restaurante no entendía las letras ni el menú para poder ordenar algo, si quería algún ingrediente específico como puede ser queso, crema, alguna mermelada para el pan, entre muchas otras cosas, no lo podía comprar porque simplemente no había o nadie lo conocía, y si por alguna razón lo encontraba en algún estante de algún supermercado grande salía demasiado caro para mi bolsillo al tratarse de comida extranjera. Incluso las cocinas eran diferentes. La mayoría de las casas no tenían horno y el 90% de las comidas se preparaban mezclando esto y aquello en un wok.

Pero al viajar uno debe adaptarse. Eso es lo bueno de viajar. Y a mí no me quedó otra opción más que adaptarme. Tuve que aprender a cocinar por mi cuenta con lo que encontraba usando los utensilios y las herramientas que tenía a mano.

Y entonces descubrí que cocinar me gustaba más de lo que había creído y comencé a pulir mis habilidades. Luego regresé a la Argentina y aunque estaba en mi país seguí cocinando. Y en mis siguientes viajes a China pude entonces mostrarle a mis amigos de aquellos lados un poco de comida nuestra intentando destruir el mito que circula por tierras asiáticas de que en Argentina se come en un 99% carne asada. La comida no es sólo comer y ya, la comida es cultura.

Carne de pato que al servirla la decoran como si fuera una flor. Cosas que pasan en China.

¿Se imagina alguien que en algún pueblito del corazón de China un hombre con un delantal que decía «Un aplauso para el asador» intentó cocinar un asado argentino? ¿O que dos chicos se pusieron super felices al recibir de regalo la camiseta de Messi uno y la de Boca Juniors otro? Supongo que si un argentino viaja a China, allá tan lejos para desenchufarse un poco de nuestra realidad y se encuentra con un chino vistiendo una camiseta de un equipo de fútbol de acá pensará que se volvió loco, o quizás se cruce por su cabeza la frase ¿cómo llegó esto acá? Bueno, sépanlo, yo fui el culpable. Puede parecer una novela fantástica o un relato de ficción, pero créanme, estas y muchas historias más sucedieron. Lo importante, según yo, es siempre dejar una huella nuestra y de nuestro país en todos los lugares que visitamos. Así al menos lo intento yo.  

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Esas sorpresas chinas

En China hay muchos templos a los cuales sacar fotos, monjes budistas y paisajes de montañas místicas. Pero en el gigante asiático también hay comidas, y no siempre son comidas con historias de doscientos años o de dinastías antiguas. De hecho, muchas de ellas no son lindas ni ricas, al menos no son ricas a nuestros ojos occidentales, porque la comida primero se come con los ojos, pero está bien, justamente de eso se trata. Cuando uno viaja a otro país lo mejor es dejarse sorprender. ¿Quién puede decir lo que está bien y lo que está mal? El otro día, hablando con un amigo surgió la conversación y yo le dije, que cada vez que voy a un lugar nuevo, lo que más me gusta es salir a caminar, explorar y dejarme sorprender, y por esa razón no encontré todavía un lugar que lo pueda definir como aburrido. Si voy a viajar para quedarme adentro de un hotel prefiero quedarme en casa.

Una noche, tras varios meses en China salí a caminar por la peatonal del centro de la ciudad, calle que ya había recorrido cientos de veces y que recorrería mil veces más en el futuro. Pero esa noche algo había de distinto. Para llegar siempre tomaba un colectivo (autobús lo llaman algunos) unos quince minutos. Sin embargo esa noche las calles estaban atestadas de gente. En China siempre hay mucha gente, pero entiéndase, esa noche había mucha gente.

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Por esta razón a mitad de camino decidí bajar y seguir mi camino a pie ya que, realmente, de esa forma iba más rápido. Claro, estábamos en fechas cercanas al festival de medio otoño, festividad del cual hablaremos algún día, y cual si fuera año nuevo, toda la gente salía a la calle a festejar y disfrutar. Las parejas aprovechaban la ocasión para salir a caminar tomados de las manos (nunca besándose, no señor, eso no se debe hacer en público), los chicos aprovechaban la ocasión para salir a jugar por la noche y los extranjeros aprovechábamos la ocasión para tomar fotos a esas cosas «extrañas» que no encontraríamos en nuestros países.

A medida que iba llegando a la mitad de la peatonal una música con aires bien distintos a lo que uno suele imaginar acerca de China se iba escuchando más fuerte, y cual si fuera el flautista de Hamelin, parecía atraer a todas las personas. Hipnotizado por el sonido yo también me fui acercando y al llegar me topé con una especie de feria de colectividades chinas, específicamente del rubro gastronomía. Se habían congregado ahí varios puestos de comida provenientes de distintos puntos del país y esto era lo que más atraía a la gente. Al ser China un país tan grande  y tan rico en cultura sería imposible clasificarlo o encasillarlo en algo, y lo que se hace en un lugar, en el otro es totalmente lo opuesto. Hay regiones en las cuales solo se comen comidas saladas, otras en las cuales los dulces son la especialidad y en el caso del lugar donde vivía yo, la cocina picante era, diría, lo que toda la gente comía. Nuevamente, picante es una cosa, pero cuando uno se encuentra en la ciudad en la cual se cocina la comida más picante de China (dicho por ellos mismos), bueno, eso es otra cosa, y fue la razón que me obligó a pasarme casi un mes entero comiendo en Mc Donald’s todos los días.

Debo admitir que mis primeros pasos en China generaron en mi un sentimiento de sorpresa natural al encontrarme en un lugar en el cual no podía ni leer el nombre de las calles, pero luego caí en una pequeña desilusión. Restaurantes como Mc Donald’s y sus derivados chinos parecían florecer junto a las bebidas de Coca Cola, los carteles de Nintendo, de Microsoft y la música de los Backstreet Boys. Creí que eso que me mostraban en televisión, esa mundo tan distinto, no existía más y había finalmente sucumbido ante el poder del consumismo. Claro, es que aún no conocía nada y como todo, para conocer más necesitaba adentrarme.

Tiempo más tarde comprendí eso de las regiones y como a pesar de ser un solo país, cada lugar tiene su sello propio. En cierto modo, algunas ciudades o provincias tienen una cultura tan marcada que si no fuera porque en la escuela todos estudian el mismo idioma uno podría pensar que se encuentra en otro país u otro reino. Comprendí entonces que, definitivamente, en televisión y en los medios nos suelen mostrar las cosas distintas haciendo casi un estereotipo de todo, pero no todos comen perro, insectos o cosas por el estilo. De hecho, la mayoría no lo hace y les parece tan horrendo como a cualquier extranjero occidental. Por eso, en esta ocasión en la cual habían colocado pequeños puestos de comida de distintos lugares todos se acercaban a curiosear un poco, y al toparse con el siguiente cuadro no dudaban en sacar sus cámaras y porque no, comerse algún gusanito.
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Algunos de estos puestos venían de la provincia de Xin Jiang, al noroeste del país, y uno solo de acercase ya notaba la diferencia. Estas personas tienen su propio dialecto que es más parecido al idioma árabe que al chino en sí mismo. Además, la música que suelen escuchar es más bien del tipo disco/boliche y sin lugar a dudas invita a uno a mover el esqueleto. Los vendedores siempre suelen estar animados y bailando. Pero no solo culturalmente son distintos al resto del país, físicamente también lo son y muchos de ellos incluso llegan a ser casi rubios con ojos verdes. En más de una ocasión me pasó de cruzarme con uno y que al hablarle en inglés me mirara con cara de loco respondiéndome en algún dialecto de aquellas tierras. Sin embargo, hay algo que los distingue aún más sobre el resto de los chinos: estos sí pueden pronunciar la letra R.

Y así terminó aquella noche para mí, descubriendo una vez más algo nuevo de aquel maravilloso país y como siempre, disfrutando cada cosa. En todo sentido.

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