
Esas sorpresas chinas
En China hay muchos templos a los cuales sacar fotos, monjes budistas y paisajes de montañas místicas. Pero en el gigante asiático también hay comidas, y no siempre son comidas con historias de doscientos años o de dinastías antiguas. De hecho, muchas de ellas no son lindas ni ricas, al menos no son ricas a nuestros ojos occidentales, porque la comida primero se come con los ojos, pero está bien, justamente de eso se trata. Cuando uno viaja a otro país lo mejor es dejarse sorprender. ¿Quién puede decir lo que está bien y lo que está mal? El otro día, hablando con un amigo surgió la conversación y yo le dije, que cada vez que voy a un lugar nuevo, lo que más me gusta es salir a caminar, explorar y dejarme sorprender, y por esa razón no encontré todavía un lugar que lo pueda definir como aburrido. Si voy a viajar para quedarme adentro de un hotel prefiero quedarme en casa.
Una noche, tras varios meses en China salí a caminar por la peatonal del centro de la ciudad, calle que ya había recorrido cientos de veces y que recorrería mil veces más en el futuro. Pero esa noche algo había de distinto. Para llegar siempre tomaba un colectivo (autobús lo llaman algunos) unos quince minutos. Sin embargo esa noche las calles estaban atestadas de gente. En China siempre hay mucha gente, pero entiéndase, esa noche había mucha gente.
Por esta razón a mitad de camino decidí bajar y seguir mi camino a pie ya que, realmente, de esa forma iba más rápido. Claro, estábamos en fechas cercanas al festival de medio otoño, festividad del cual hablaremos algún día, y cual si fuera año nuevo, toda la gente salía a la calle a festejar y disfrutar. Las parejas aprovechaban la ocasión para salir a caminar tomados de las manos (nunca besándose, no señor, eso no se debe hacer en público), los chicos aprovechaban la ocasión para salir a jugar por la noche y los extranjeros aprovechábamos la ocasión para tomar fotos a esas cosas «extrañas» que no encontraríamos en nuestros países.
A medida que iba llegando a la mitad de la peatonal una música con aires bien distintos a lo que uno suele imaginar acerca de China se iba escuchando más fuerte, y cual si fuera el flautista de Hamelin, parecía atraer a todas las personas. Hipnotizado por el sonido yo también me fui acercando y al llegar me topé con una especie de feria de colectividades chinas, específicamente del rubro gastronomía. Se habían congregado ahí varios puestos de comida provenientes de distintos puntos del país y esto era lo que más atraía a la gente. Al ser China un país tan grande y tan rico en cultura sería imposible clasificarlo o encasillarlo en algo, y lo que se hace en un lugar, en el otro es totalmente lo opuesto. Hay regiones en las cuales solo se comen comidas saladas, otras en las cuales los dulces son la especialidad y en el caso del lugar donde vivía yo, la cocina picante era, diría, lo que toda la gente comía. Nuevamente, picante es una cosa, pero cuando uno se encuentra en la ciudad en la cual se cocina la comida más picante de China (dicho por ellos mismos), bueno, eso es otra cosa, y fue la razón que me obligó a pasarme casi un mes entero comiendo en Mc Donald’s todos los días.
Debo admitir que mis primeros pasos en China generaron en mi un sentimiento de sorpresa natural al encontrarme en un lugar en el cual no podía ni leer el nombre de las calles, pero luego caí en una pequeña desilusión. Restaurantes como Mc Donald’s y sus derivados chinos parecían florecer junto a las bebidas de Coca Cola, los carteles de Nintendo, de Microsoft y la música de los Backstreet Boys. Creí que eso que me mostraban en televisión, esa mundo tan distinto, no existía más y había finalmente sucumbido ante el poder del consumismo. Claro, es que aún no conocía nada y como todo, para conocer más necesitaba adentrarme.
Tiempo más tarde comprendí eso de las regiones y como a pesar de ser un solo país, cada lugar tiene su sello propio. En cierto modo, algunas ciudades o provincias tienen una cultura tan marcada que si no fuera porque en la escuela todos estudian el mismo idioma uno podría pensar que se encuentra en otro país u otro reino. Comprendí entonces que, definitivamente, en televisión y en los medios nos suelen mostrar las cosas distintas haciendo casi un estereotipo de todo, pero no todos comen perro, insectos o cosas por el estilo. De hecho, la mayoría no lo hace y les parece tan horrendo como a cualquier extranjero occidental. Por eso, en esta ocasión en la cual habían colocado pequeños puestos de comida de distintos lugares todos se acercaban a curiosear un poco, y al toparse con el siguiente cuadro no dudaban en sacar sus cámaras y porque no, comerse algún gusanito.
Algunos de estos puestos venían de la provincia de Xin Jiang, al noroeste del país, y uno solo de acercase ya notaba la diferencia. Estas personas tienen su propio dialecto que es más parecido al idioma árabe que al chino en sí mismo. Además, la música que suelen escuchar es más bien del tipo disco/boliche y sin lugar a dudas invita a uno a mover el esqueleto. Los vendedores siempre suelen estar animados y bailando. Pero no solo culturalmente son distintos al resto del país, físicamente también lo son y muchos de ellos incluso llegan a ser casi rubios con ojos verdes. En más de una ocasión me pasó de cruzarme con uno y que al hablarle en inglés me mirara con cara de loco respondiéndome en algún dialecto de aquellas tierras. Sin embargo, hay algo que los distingue aún más sobre el resto de los chinos: estos sí pueden pronunciar la letra R.
Y así terminó aquella noche para mí, descubriendo una vez más algo nuevo de aquel maravilloso país y como siempre, disfrutando cada cosa. En todo sentido.