Al notar que la situación en cuanto a ventas no parecía querer cambiar mucho decidí hacer uso de mis contactos. Le dije a Zhufen que una vez por semana llamaría a uno de mis amigos extranjeros y les haría una entrevista en el local, y al final la gente presente podría hacerle una pregunta también al invitado. ¿Y cómo lo vas a promocionar? Me dijo Zhufen. Fácil, le respondí yo. Hacemos fotocopias y las pegamos por todos lados. ¿En la calle? Me dijo ella- Hernán, ¿cómo vamos a hacer eso? Imaginate lo sucia que quedaría la ciudad si todos pegaran fotocopias en las paredes… ¿en Buenos Aires hacen así?- ee….no. Bueno a veces nomás.
Entonces, ya que no se podía pegar carteles en la calle, los imprimí y salimos a repartirlos tipo volanteros. Y ahí estaba yo, en el corazón de China repartiendo volantes para hacer propaganda. Creo que por cada lugar que uno pase tiene que dejar una huella, al menos así lo intenté hacer yo.
Días más tarde fue la primer entrevista y para la ocasión había llamado a mi buen amigo George de las Islas Seychelles.

El ritual al final de la entrevista con cada extranjero consistía en hacer un intercambio de banderas. En este caso, él me daba la de Seychelles…

y yo le daba la de Argentina. Y siempre cada uno debía explicar el porque del diseño y colores de la misma
Sin lugar a dudas fue un éxito de gente, sacamos algunas fotos y todo, pero nuevamente no eran muchos los compradores. Aún así atrajo la atención de muchas más personas y con ellas llegaron más negocios. Vamos, no está todo perdido pensaba yo. Una de esas personas era una chica de quien sigo siendo amigo que tenía un pequeño bar junto a su hermana y que quería hacer un intercambio de propagandas. Yo llevaría varios libros a su bar los cuales serían colocados en un estante con el nombre y el logo de mi librería y ella dejaría varios folletos de su bar en mi local. Por alguna razón la idea no me convenció, por la pequeña experiencia adquirida me imaginé que la gente solo tomaría los libros, los leería y los dejaría, yo no vendería nada y encima me devolverían los libros con las hojas dobladas. Por esa razón rechacé la oferta. Pero al otro día vino otra chica que trabajaba en una escuela de idiomas muy cercana al shopping y ella me hizo un nuevo ofrecimiento que no podía rechazar. Resulta que la escuela tenía un salón muy grande que lo querían destinar a alguna actividad pero no sabían que, entonces estaban buscando gente e ideas. Al verme a mí me citó y tuvimos una reunión con el jefe, y me propusieron realizar en el salón una esquina de inglés semanal. Si bien ya lo expliqué en el libro, lo vuelvo a contar resumidamente. Las esquinas de inglés eran reuniones que se hacían en bares, escuelas o algún lugar cerrado, a las cuales se invitaban a extranjeros de distintas partes del mundo y todas las personas que asistían, una vez cruzada la puerta de entrada debían hablar exclusivamente en inglés, incluso si no tenían un gran vocabulario. Esto para empujarse a soltar la lengua, porque por más que uno lea y lea, si no practica todo se olvida. La propuesta en sí era que yo organizara las esquinas en el salón, pusiera propaganda de mi librería y algunos libros si quería y a cambio me llevaría un porcentaje de las entradas. O sea, vos imaginate, y fijate como una cosa lleva a la otra. Le fue mal a la librería, salí a hacer propaganda a la calle repartiendo folletos para las entrevistas y ahora estaba a cargo de un salón en una escuela. Por eso mi filosofía que dice “si un problema tiene solución, porque preocuparse; y si no tiene solución, porque preocuparse” y de que una cosa va llevando a la otra. Si bien es cierto que no podemos ver el futuro, si uno se rinde antes de tiempo el resultado nunca va a llegar. Pero bueno, por mi parte estaba con el pecho inflado tipo sapo en celo. Por parte de ellos, o sea, le estaban dando esa responsabilidad a mí, a Hernán, un loco, un argentino. Las esquinas de inglés siempre eran en un ambiente tranquilo, distendido, una típica cafetería. En mi caso yo buscaba hacer un intercambio cultural, quería que supieran de donde era yo, como eran mis tierras (y Latinoamérica en general) más allá de Maradona, Messi y el tango. Por eso me puse manos a la obra, decoré todo y para la primera fiesta preparé y cociné yo mismo unas empanadas de carne (gracias ma). El resto, véanlo ustedes mismos en el siguiente video.
Esta es la segunda esquina que hicimos, la cual quedó filmada. El resto eran en general así. La fiesta original tenía un chamamé y otras canciones en español pero por cuestiones de derechos de autor Yotube no me deja publicar el video.
Así que esas eran mis esquinas de inglés, las esquinas de inglés organizadas por un argentino. Baile, música y comida, pero siempre hablando inglés.

Folleto de promoción de la esquina de inglés argentina

Bailando con César, un amigo de Guinea Ecuatorial. Siempre hablando inglés, obvio

Zhufen con unas chicas de Zimbabue

También hacíamos unos sorteos. Increíblemente aquella noche, George de las Seychelles, el de la entrevista, resultó ganador. Puede parecer sospechoso y arreglado pero juro que fue casualidad 🙂

Algunas de las personas que fueron y la pasaron re bien comiendo empanadas criollas

Este mostrador estaba en la entrada para vender libros y promocionar la librería. Michael Jordan con su mirada decía: compra o largate 🙂
En cuanto a la librería, a pesar de todo el esfuerzo no logró repuntar. Averiguando tiempo más tarde supuse que una de las razones de la falla era porque en el centro de la ciudad, a unos quince minutos, había una librería de verdad grande donde la gente podía leer cualquier libro gratis mientras se tomaba un café.
Pero no todo estaba perdido, no señor. Al ver que el negocio no repuntaba decidí vender los libros casi al precio que yo los compraba. De esta forma se vendieron rápido y con lo recaudado decidí cambiar el local por uno para vender exclusivamente gorros. Al menos era más especial ya que no era común encontrar un local en el que se vendieran solo gorros y gorras de todo tipo y tenor. Este cambio fue muy bueno ya que aumentó las ventas. Encima en el medio, en pleno invierno se largó una nevada como yo nunca había visto en mi vida. Si bien los automovilistas se quejaban, yo festejaba porque la venta de gorros de invierno se incrementó y sumado a las bufandas y guantes que pusimos pudimos sacar ventaja de lo no vendido con los libros.
Si bien con esto llegó un tipo de público totalmente distinto, y con el llegaron los regateos (los cuales merecen un capítulo aparte), el negocio lo mantuvimos hasta que vinimos a la Argentina. Y ahora que estoy acá puedo decir no solo que más personas saben donde está y como es la Argentina, si no que además trabajé en el único local de toda la ciudad cuyo dueño (y vendedor) era un argentino.

Zhufen y las bufandas.

El local renovado lleno de gorros

La entrada del shopping cubierta de nieve. A juzgar por la cara del caballo diríamos que no le gustaba que le saquen fotos

Debo admitirlo, siempre quise ser modelo