
Historias de amor 3 El gran amor de mi vida
Nos conocimos en el verano del 48. Yo tenía 18 años, él uno más. Vivíamos en la provincia de Corrientes, en Argentina, en un pueblo rural. Estaba la plaza, la iglesia, y a un costado medio alejado el club donde los jóvenes nos juntábamos para hacer sociales. Cada sábado a las 7 de la tarde se organizaba un baile al que la mayoría de nosotros asistíamos. Las mujeres con vestido largo, los hombres de traje y la mayoría con sombrero. Yo estaba sentada en una mesa junto a mi padre (en esa época para salir a esta clase de eventos debíamos hacerlo junto a nuestros padres), y tal como era la costumbre Alberto se acercó y me preguntó a mi si quería salir a bailar y luego le preguntó a mi padre, quien tras mirarlo con un semblante serio me dejó ir. La verdad estaba un poco aburrida, así que le extendí la mano y fuimos a la pista del medio, y nos sumergimos en un baile que duró 60 años.
Las pasamos todas. Nos casamos y nos mudamos a Buenos Aires. No teníamos demasiado pero mi marido consiguió trabajo rápido en una fábrica. Tuvimos un hijo, compramos una casa, chica pero con un jardín hermoso en donde todavía planto flores de colores. Y llegó el segundo, pero a los 3 años por una enfermedad que hoy en día es curable se nos fue. No hay dolor más grande en el mundo que la pérdida de un hijo.
Y llegó la primera de las crisis económicas, esas que parecen cíclicas en Argentina. La fábrica cerró y con los ahorros que teníamos pusimos un kiosco en casa, que luego se transformó en almacén y con los años ya era un mercadito. Y vino el tercer hijo, y el cuarto, y cuando creíamos que la fábrica ya estaba cerrada llegó Cecilia, una niña. La más mimada y también la más malcriada.
Cuando la familia estuvo completa fuimos a la playa por primera vez y conocimos el mar, y nos gustó tanto que repetiríamos el viaje casi cada verano.
Con los años los chicos fueron creciendo y formando sus propias familias. Bueno, el del medio es un solterón, pero si el es feliz para mi es suficiente.
Creo que mi vida junto a Alberto fue un gran baile. Es lo que más amábamos hacer y fue, creo, la única actividad que repetimos durante toda la vida. Bueno, el experto era él, yo lo abrazaba y seguía sus pasos.
El año pasado se enfermó y en poco tiempo Dios lo llamó para reunirse con Julián, nuestro segundo hijo. Me puse muy triste, claro que sí, pero el final fue tan rápido que no sufrió mucho. Era, ante todo, un buen hombre. Lo extraño, pero no tengo apuro en irme. Sé que yo también estoy llegando al final de la montaña, y cuando sea el momento yo también me marcharé. Mientras tanto disfruto mis tardes junto a mis nietos, los que tengo ahora acá a mi lado, los que me ayudan a escribir en la computadora, y recuerdo con mucha felicidad al que fue, y sigue siendo, el amor de mi vida.
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Historias de Amor Verdaderas 2: Amor de Verano
Nuestra historia comenzó hace… unos años, no sé si mucho o poco. Creo que eso depende de cada quien. De chico solía ir casi todos los veranos de vacaciones junto a mi familia a Mar del Plata, y siguiendo la tradición el primer año que me fui sólo con mis amigos fui a la misma ciudad. Tenía 18 años y sentía la libertad correr por mis venas. No tenía novia ni estaba atado a nada, igual que el resto de mis amigos, sentía que mis días tenían 25 horas.
En una de las playas que están más al centro había un pequeño parador en el que preparaban jugos exprimidos de diferentes clases de frutas, era un lugar al que íbamos todas las tardes. La verdad, la pasábamos muy bien. El puesto era muy chico, tenía un techo de paja y una barra de madera rústica. Los que atendían, todos también muy jóvenes, lo hacían en ojotas o directamente descalzos, vestían ropa estilo surf, anteojos de sol y camisetas sin mangas. Pasaban música pop del momento y a todos se los veía muy relajados. ¿Trabajar en un lugar así a dos pasos de la arena, con el mar de frente y conociendo gente buena onda cada día? Creo que de haber tenido la oportunidad hubiera dejado todo en Buenos Aires, en la jungla de cemento y me hubiera quedado ahí. Claro está, nunca lo hice, tenía que estudiar y cumplir mis obligaciones. Pero en una de aquellas interminables tardes conocí una chica con la que entablé una buena y extraña amistad. Tenía ella el pelo rubio y largo y la piel tostada por el sol. El destino quiso, si es que tal cosa existe, que se sentara junto a mí a pesar de que ambos estábamos con nuestros amigos. Para ser sincero, no sentí nada especial en ese momento, pero por algún motivo teníamos mucha conexión. Nos quedamos charlando toda la tarde y arreglamos para ir a bailar esa misma noche. La cita se concretó, nos vimos, tomamos algún trago, bailamos algo y charlamos un rato. A pesar de las desenfrenadas noches que yo venía teniendo no pasó nada más que eso, pero por algún motivo no lo necesité y volvimos junto con mis amigos a la casa que estábamos alquilando.
Dos días más tarde volvimos al mismo puesto sobre la playa y al rato llegó Nadia otra vez con sus amigas. Al igual que tantos otros jóvenes ellas también solían frecuentar el lugar, y no era tan grande como para no vernos. Así que nos vimos y seguimos charlando una vez más toda la tarde. Intercambiamos teléfonos, pero esta vez no arreglamos nada. Ellas eran de Mar del Plata, pero nosotros nos volvíamos al otro día.
De regreso en Buenos Aires todavía quedaba un mes para comenzar las clases en la facultad. La verdad es que nunca me había quedado pensando en una chica, pero ella tenía una especie de energía especial, diferente, y por ratos pensaba en ella. Me sentía un tonto.
Una tarde de domingo, de esas que están llenas de melancolía sin razón aparente me decidí a llamarla. Ya habían pasado unos 15 o 20 días de mi regreso y mi valija con la mayoría de la ropa que había llevado seguía ahí tirada en un rincón de mi habitación. Revolví todo buscando el papelito donde había anotado su número de teléfono y obviamente no lo encontré. Sentí una sensación extraña en el pecho pero tampoco me quería obsesionar, así que salí a caminar y a tomar un helado.
Meses más tarde conocí una chica en la facultad. Era muy linda y teníamos mucha química. Pronto comenzamos una relación y aunque nos llevábamos muy bien, con el tiempo la relación se empezó a desgastar y ya para diciembre habíamos terminado en buenos términos.
Fue un año intenso. Dos de los chicos del grupo ya tenían novia y uno estaba trabajando. Llegado el verano, los que aún estábamos libres viajamos a la querida Mar del Plata. A pesar de ser menos, la magia no se había perdido, fue otra temporada inolvidable.
Por fin, una tarde volvimos al mismo parador en la playa al que solíamos ir. Ya en el camino Nadia volvió a mis pensamientos, pero cuando llegamos no estaba ahí. Sentí una pequeña desilusión en el corazón, pero luego pensé que el destino así era, cruzó nuestro camino un año antes, algo que parecía tan lejano ahora, y jamás nos volvería a juntar, como tantas otras historias y personas que pasan por la vida de uno.
El último día antes de regresar de las vacaciones, y como ya era tradición volvimos al mismo parador de siempre. El sol estaba a pleno, me hubiera gustado quedarme unos días más. Y para ponerle un último condimento, a mitad de una ronda de jugos de fruta y mojitos llegó Nadia junto con sus amigas. Hoy lo cuento con gracia, pero reconozco que pocas veces en mi vida me sentí tan nervioso. Ahí venía ella sonriendo como siempre, con su piel tostada y su melena sacudiéndose con la brisa. Por suerte ella me vio y se acercó. Nos quedamos hablando como si nos conociéramos de toda la vida. Me preguntó por qué no la había llamado y cuando le dije la razón me dijo que era un despistado. Tenía razón. Por su parte, ella también había tenido un novio ese año pero ya tampoco estaban juntos. Estuvimos charlando hasta largas horas de la noche y salimos a caminar por la playa. Hacía frio. En Mar del Plata siempre hace frío por la noche. Así que le presté mi buzo y me pase la siguiente semana resfriado, pero valió la pena. El peor momento, como siempre, fue la despedida. Nuevamente me dio su teléfono, lo anoté en un papel, nos dimos un abrazo de amigos y eso fue todo. Ella se fue por un lado y yo por el otro con un vacío profundo en mi pecho.
De regreso a Buenos Aires no podía dejar de pensar en ella. Me asomaba por la ventana de mi edificio pensando si escucharía mi voz. Nunca me había pasado algo así. Estaba enamorado. ¿Cómo sabe alguien que está enamorado? No sé como describirlo, es un sentimiento único. Nunca me había pasado. Busqué en mi valija y sí, esta vez ahí estaba su número. Lo había guardado bien. Pensé en llamarla pero estaba nervioso. Mi mano traspiraba mucho. ¿Qué podía decirle? Me pasé toda la tarde inventado un diálogo en mi cabeza, y como tres horas después me decidí y le mandé un mensaje. Hola, le puse. Así a secas. Sentía palpitaciones. Al minuto respondió y me tranquilicé un poco. ¿Cómo están las cosas por allá? Le pregunté haciéndome el que no tenía nada importante qué decir. Todo bien. ¿Cómo anda la gran ciudad y sus quilombos? Me pone junto con una sonrisita. ¿Te puedo llamar? ¿O estás ocupada? No te quiero molestar, le puse. Es domingo, estoy en mi casa respondió. Dije que antes estaba nervioso, pero ahora lo estaba mucho más. Mil pensamientos se me cruzaron por la cabeza, pero junté coraje y la llamé. Y le dije la verdad, que estaba enamorado y que no podía dejar de pensar en ella. Del otro lado escuché una sonrisa y una voz que me pareció angelical. Me dijo que sentía lo mismo por mi y que en toda la semana no había dejado de pensar en mi un solo día, pero creía que nunca la iba a llamar.
Lo que siguió fue una charla bastante extensa, de esas que nunca se olvidan. Comenzamos una relación a distancia, pero prometimos que el próximo verano nos veríamos. De hecho, meses más tarde para las vacaciones de invierno ella vino a Buenos Aires dos semanas. Despedirse fue horrible, como siempre, pero teníamos la certeza que nos volveríamos a juntar. Y así fue, cinco meses después terminé la facultad y con la llegada del verano me vine una vez más a la playa. Acá me quedé, junto a la mujer que amo, y cada día de mi vida soy muy feliz. Bueno, lo somos, nosotros dos, el primero de los chicos que ya llegó y la segunda que todavía está en la panza. El verano que viene, si Dios quiere ya va estar acá.
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Historias Verdaderas 1: Amor Eterno
Tengo 35 años, pero mi historia comienza a los 15. Qué edad complicada, no somos grandes ni chicos. A decir verdad, nos creemos grandes y somos muy chicos. Yo era la típica estudiante del rincón, apartada de la mayoría. Usaba anteojos, brackets, el flequillo me tapaba la frente y era muy tímida. En todo el curso había un solo chico que se me acercaba, y qué casualidad, se sentaba al lado mío cada vez que teníamos un examen. Y es que sí, completaba el estereotipo siendo buena estudiante y sacando buenas notas. Aunque una no lo admita y se crea orgullosa, en el fondo del corazón siente algo de tristeza, y a veces esa tristeza se descarga a través del estudio. El chico era muy lindo, y aunque yo sabía que se acercaba sólo por interés, al menos me gustaba sentir su compañía.
Ese era el año de las fiestas de 15. Era septiembre y ya habían pasado como 10 cumpleaños. Por supuesto, yo no fui invitada a ninguna. Pero llegó el de una compañera cuya familia era muy adinerada. Fue la única fiesta a la que me invitaron, y es que en realidad la chica había invitado a todos los compañeros. Yo estaba en la duda si ir o no ir, y al final me decidí. Había escuchado tantas veces como los demás hablaban el lunes por la mañana acerca de bailes, vestidos y besos medio escondidos en la oscuridad que ahora quería ver yo cómo era la cosa.
Ese sábado a la tarde me puse la ropa más linda que tenía y sin esperar nada realmente especial salí de mi casa y me fui a la celebración. Era media hora de viaje. Estaba algo nerviosa, eso sí, pero no quería demostrarlo.
Apenas llegué había una especie de custodio en la entrada del salón, y al mostrarle la tarjeta de invitación me abrió la puerta. Ahora sí que estaba más nerviosa, pero una vez adentro sonreí cuando la mayoría de mis compañeras que ya estaban ahí, algunas con sus novios y otras hablando entre ellas, se sorprendieron al verme y me invitaron a formar parte del grupo. Pasamos toda la noche bailando, charlando, riéndonos… fue una noche hermosa que no esperaba.
Ya avanzada la noche me alejé por un momento y me fui a un balcón que estaba en el primer piso. No había nubes en el cielo y la luna llena parecía gigante. Tampoco había gente. Después de tanta música quería descansar un rato.
En ese momento se acercó Nico, el chico que siempre venía cuando teníamos examen. Nos quedamos charlando un rato, y aunque estábamos solos lo notaba algo nervioso. Y cuando se produjo un silencio incómodo metió la mano en el saco que traía puesto y sacó una carta. Me dijo que la leyera en mi casa, pero en mi torpeza, nerviosismo, curiosidad o yo qué sé qué, la abrí ahí mismo. La cara de Nico se puso pálida, y él se quedó duro cómo un árbol. El papel estaba escrito a mano con tinta azul. Aún lo conservo en el mismo sobre. Decía que era mi admirador secreto, que gustaba de mí y me preguntaba si quería ser su novia. A cambio prometía amarme hasta el último día. Cosas de adolescentes. Para mí, sin embargo, fue la noche más perfecta de mi vida. Yo también gustaba de él, pero nunca se lo hubiera dicho. Nos dimos entonces un beso, nuestro primer beso, el primero de miles. No sé si fue largo o corto, pero para mí fue eterno.
Hoy tantos años después estamos casados y tenemos dos hijos. ¿Si existe el amor eterno en estos tiempos tan agitados? Si me preguntan, yo cuento mi historia y digo que sí.
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Mi Sueño Chino: Llevate nuestro libro con una postal gratis de regalo
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Un Argentino en China
Al principio de los tiempos, fui publicando en este blog mi historia y todas las historias de mi vida en China y mis viajes, mis experiencias, las cosas que vi, las cosas que hice, cómo las hice, los problemas que tuve que enfrentar y cómo los resolví. Siempre lo hice por placer y porque me pareció que era poca la información concreta y verdadera que había acerca de China en español. Siempre están las fotos de la Muralla China y la Plaza Tian An Men, pero yo me refiero a información acerca de vivir, trabajar, estudiar, problemas con los visados y un sinfín de etcéteras. Cómo les conté al principio (y como también está contado en mi libro Mi Sueño Chino), cuando yo viajé por primera vez a aquellas tierras lejanas era poco y nada lo que sabía acerca de China, siempre me las tuve que rebuscar yo, y de alguna forma (creo que tuve un ángel de la guarda o quizás fue Dios quien me guió), como todo buen argentino atando un cable con otro logré salir indemne de cada situación. Dicen que en Argentina estamos tan golpeados por tantas crisis que al salir al mundo los problemas de los que se quejan en otros países para nosotros no son más que tonterías. Es probable.
Uno de esos problemas, desde el principio y sobre todo estando en China, fue la comida. Yo siempre comí de todo. Nunca tuve problemas con ningún tipo de comida, ni en China ni en Argentina, pero de repente con tan sólo 21 años me encontré viviendo en la otra parte del mundo. Si iba a un restaurante no entendía las letras ni el menú para poder ordenar algo, si quería algún ingrediente específico como puede ser queso, crema, alguna mermelada para el pan, entre muchas otras cosas, no lo podía comprar porque simplemente no había o nadie lo conocía, y si por alguna razón lo encontraba en algún estante de algún supermercado grande salía demasiado caro para mi bolsillo al tratarse de comida extranjera. Incluso las cocinas eran diferentes. La mayoría de las casas no tenían horno y el 90% de las comidas se preparaban mezclando esto y aquello en un wok.
Pero al viajar uno debe adaptarse. Eso es lo bueno de viajar. Y a mí no me quedó otra opción más que adaptarme. Tuve que aprender a cocinar por mi cuenta con lo que encontraba usando los utensilios y las herramientas que tenía a mano.
Y entonces descubrí que cocinar me gustaba más de lo que había creído y comencé a pulir mis habilidades. Luego regresé a la Argentina y aunque estaba en mi país seguí cocinando. Y en mis siguientes viajes a China pude entonces mostrarle a mis amigos de aquellos lados un poco de comida nuestra intentando destruir el mito que circula por tierras asiáticas de que en Argentina se come en un 99% carne asada. La comida no es sólo comer y ya, la comida es cultura.

Carne de pato que al servirla la decoran como si fuera una flor. Cosas que pasan en China.
¿Se imagina alguien que en algún pueblito del corazón de China un hombre con un delantal que decía «Un aplauso para el asador» intentó cocinar un asado argentino? ¿O que dos chicos se pusieron super felices al recibir de regalo la camiseta de Messi uno y la de Boca Juniors otro? Supongo que si un argentino viaja a China, allá tan lejos para desenchufarse un poco de nuestra realidad y se encuentra con un chino vistiendo una camiseta de un equipo de fútbol de acá pensará que se volvió loco, o quizás se cruce por su cabeza la frase ¿cómo llegó esto acá? Bueno, sépanlo, yo fui el culpable. Puede parecer una novela fantástica o un relato de ficción, pero créanme, estas y muchas historias más sucedieron. Lo importante, según yo, es siempre dejar una huella nuestra y de nuestro país en todos los lugares que visitamos. Así al menos lo intento yo.
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Cuentos y Leyendas Chinas
Si hay algo para lo que los chinos son especialistas es para los negocios (bueno, y también para la copia y falsificación de todo tipo de artículos). Al caminar por las calles de cualquier ciudad, incluso de pequeños pueblos, uno puede observar tranquilamente comercios, locales y tiendas de todo tipo y tenor. Aldeas metidas en el medio de las montañas tienen sus pequeños supermercados, restaurantes y tiendas de ropa. Ver a un campesino con el último Iphone no es algo que debería llamar la atención.
En Argentina la mayoría de las tiendas están cerradas un domingo. En China, por el contrario, todo está abierto de lunes a lunes. Ellos tienen su filosofía, y dicen que si el sábado y domingo las personas que trabajan en una oficina descansan entonces también irán a pasear y por ende a gastar. No abrir un local un sábado por la tarde o un domingo sería desperdiciar una buena oportunidad.
Un día estábamos paseando por un parque muy lindo, justo era un día soleado. Estaba lleno de agua, plantas y color verde por todos lados, pequeñas cascadas, pequeñas montañas artificiales, miradores. Una tarde perfecta. Y en el medio del parque, ya se veía de lejos, había un monumento que llamaba mucho la atención. Era como la luz esa con electricidad que le ponen a los mosquitos. Uno se sentía atraído hacia ese lugar e indefectiblemente caminaba hacia ahí.
Cuando por fin llegamos vimos mucha gente sacándose fotos (no podía ser de otra manera). El monumento en cuestión, muy lindo y colorido, era de Los Ocho Inmortales, una leyenda china que más adelante les contaré. Básicamente eran ocho personas, siete hombres y una mujer.
Hasta ahí perfecto, pero faltaba el condimento. Alrededor de las estatuas había varias tiendas de recuerdos vendiendo todo tipo de chucherías y frutas locales (exóticas para mí). También estaba el fotógrafo local esperando al acecho a su próxima víctima, y claro está, qué mejor que un extranjero. El hombre se me acercó con una sonrisa llena de carisma y me dijo unas palabras (debo reconocer que en la distracción no entendí nada), se dirigió a su pequeña tienda y regresando a los segundos comenzó a vestirme con una indumentaria súper llamativa. Capa, sombrero y espada. Era la ropa de uno de los héroes mitológicos que estaban detrás de mí, uno que se llama Cao Guojiu, o así me dijeron. Luego tomó su cámara y comenzó a sacarme fotos desde diferentes ángulos, y al terminar me invitó a su tienda, descargó las fotos en una computadora y me preguntó si quería comprarlas. Podría haber dicho que no, nadie me obligó, pero vamos, no era tan caro y sería un lindo recuerdo de una tarde cualquiera en algún lugar de este hermoso país.
Quizás en Argentina me hubieran preguntado primero si quería vestirme y sacarme unas fotos. En china primero me vistieron y me sacaron las fotos, y luego me preguntaron. Y es que como señalé al principio, en China están hechos para los negocios, y de la forma que sea se las van a ingeniar para ganar algo de dinero.
Lo mejor de todo fue el día. Lo disfruté mucho y caminé por todos lados, aún por aquellos lugares en los que decía prohibido pasar (esa es otra de las ventajas que tiene ser extranjero en un país con otro idioma, uno siempre puede recurrir a la famosa frase «no entiendo»). Claro, aquel fotógrafo también merece su crédito, y es que sin él este hubiera sido tan sólo otro día más en algún lugar de China.
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En la Ciudad Prohibida de China 2
Y aquí mis queridos amigos, la segunda parte de la Ciudad Prohibida. Esta vez son sólo fotos.

Siempre es momento para una buena siesta

Tienda de regalos. Obviamente no podía faltar

Piedras. Seguramente también deben ser milenarias

Una de las situaciones más extrañas, divertidas, bizarras, como uno la quiera llamar. A la salida de la Ciudad Prohibida, donde más gente había saliendo todo el tiempo estaban los policías que supuestamente debían custodiar, aunque se los veía más alegres charlando y al parecer contando chistes con un vendedor de helados ambulante. El helado estaba hecho de semillas, arvejas y porotos 🙂
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En la Ciudad Prohibida de China
Por lo general no me gusta viajar a lugares demasiado turísticos. Soy de los que creen que la verdadera belleza de un país no está en un lugar visitado por millones de turistas cada año con sus cámaras de fotos. Por lo general un lugar en el interior del país, un lugar de esos que no aparecen en los folletos turísticos, suele ser más lindo, más limpio, más tranquilo y con mucha más historia, y encima más barato.
No obstante, no voy a mentir, a mí también me gusta sacarme una foto en esos lugares icónicos para después mostrársela a mis amigos, familiares, y claro, para mostrarlas en mi blog.
Estuve en Beijing, la capital china, muchas veces. La mayor parte de la ciudad la recorrí a pie (al igual que la mayoría de las ciudades que conozco no sólo en China), pero también anduve en colectivo (autobús), taxi, y en cuanto medio de transporte se cruzó por mi camino, incluso en triciclo motorizado.
La Ciudad Prohibida, sin embargo, uno de los lugares más turísticos y famosos de China junto con la Gran Muralla, fue uno de los últimos lugares por los que anduve, y me dejó una mezcla de emociones. Por un lado me gustó mucho, pero no más que otros lugares. Habiendo recorrido China con anterioridad, lo que vi no fue algo diferente en verdad. Edificios similares, incluso más antiguos, están en otras provincias y en otras ciudades esperando sorprender al viajero desprevenido que viene con la intención de salirse del itinerario. Lo que sí no me gustó, y de hecho fue lo que me imaginaba, fue la extrema, entiéndase bien, extrema cantidad de turistas.
Repasando un poco de historia, la Ciudad Prohibida es un complejo de unos 980 edificios. Debe su nombre a que fue concebida para que sólo la familia imperial y sus trabajadores pudieran entrar. De ahí su nombre, ya que la plebe, el pueblo, la gente común tenía totalmente prohibido cruzar los gigantescos muros. 980 edificios puede parecer demasiado, pero teniendo en cuenta que los reyes por aquella época tenían totalmente permitido (y era aceptado por todos) que tuvieran decenas de amantes, quizás esa cantidad de casas eran apenas suficientes. Y se mantuvo así hasta que el último emperador fue expulsado en el año 1924. Finalmente en el año se abrió al público tal cual como lo es hoy. Comenzó su construcción en el año 1406 y desde entonces sufrió varios incendios, saqueos, tomas, fue ocupado por los franceses y también por Inglaterra, albergó un Starbucks que por presión de la misma gente tuvo que cerrar (creo yo, fue el más exclusivo de China), y a pesar de todo, no pudo resistirse a las tiendas de recuerdos que ante la avalancha de turistas, en medio de edificios imperiales milenarios están ahí para vendernos fotos, muñequitos de emperadores, muñecas de reinas y un sinfín de chucherías no tan baratas.
Y ahora sí, una colección de fotos, que debido a la cantidad van a tener que ser divididas en dos entradas.

Cambio de guardia

El mapa completo del predio por si alguien se pierde y hay que buscarlo. Y por si alguien anda en apuros, en las opciones de la izquierda nos indica adonde está el baño

Una tortuga con cabeza de dragón, o un dragón con cuerpo de tortuga, depende como se lo mire.
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Cuando las esperanzas se agotan, el destino quedará en manos de quien menos piensas. Será una carrera contra el tiempo, y sólo el coraje logrará vencer. ¿Acaso un año será suficiente?
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Argentina y China, China y Argentina
En mi libro Mi Sueño Chino hice una breve mención acerca de qué cosa saben los chinos acerca de los latinoamericanos, qué piensan de nosotros hablando en general. Hoy voy a hablar acá qué saben los chinos específicamente de Argentina.
Hace unos meses estaba viendo uno de los canales de noticias más importantes de Argentina. Estaba el meteorólogo, un hombre joven, José Bianco, creo que se llama así. Lo habían mandado a cubrir un huracán en USA, en algún lugar en el corazón de Estados Unidos. Estaba en un barrio común con gente común, y a pesar de no hablar una pizca de español, lógicamente, los vecinos lo trataban de maravilla, lo invitaban a probar unos bocadillos en una panadería sin pedir nada a cambio y como podían intentaban agasajarlo simplemente porque sí. Cuando le preguntaban de donde era decía ¡Argentina!,¡ Argentina! con un inglés paupérrimo, tan básico y tan malo que me daba vergüenza ajena escucharlo. Yo siempre digo, nosotros somos argentinos y no tenemos por qué hablar inglés. Pero un periodista profesional que viaja a otro país a hacer una nota creo que lo mínimo que tendría que hacer es hablar bien inglés. Por supuesto, las personas lo miraban con una cara de ¿Argentina? ¿Con qué se come eso?
El otro día el mismo periodista viajó a Tokio, Japón, y otra vez la misma situación. En cada oración tiraba dos palabras en inglés (encima muy mal pronunciadas) y se reía cuando los japoneses no entendían, y cuando salía otra vez con el I’m from Argentina, do you know someone from Argentina? Nadie entendía nada. Por suerte los japoneses son inteligentes y una chica le dijo «Oh yes, Arshentin». Al instante otro muchacho pareció escuchar y se prendió a la conversación diciendo Arshentin, Messi, I like playing soccer.
Traslademos esto a China, a experiencias personales y a la importancia de hablar idiomas. Cuando apenas llegué a China y me preguntaban de donde era siempre respondía I’m from Arshentina (al menos yo sin ser periodista sí sabía decir el nombre de mi país en inglés), y las respuestas eran encontradas. La realidad es que no muchos sabían algo, y la verdad es que eso me golpeaba fuerte en mi orgullo. Cuando uno sale de su país piensa que su país es el centro del mundo. ¿Quién no conoce el dulce de leche? ¿Quién no conoce el tango? Si yo fuera de México, Nicaragua o República Checa me pasaría lo mismo con las cosas de mi país.
Perdón si les pincho el globo, pero no, no somos el centro del mundo.
Pongámoslo de otro lado. Si viene un chino acá y dice I’m from Chaina, ¿cuántos lograríamos entenderle?
Argentina en chino se dice A Gen Ting
Cuando comencé a hablar chino y a poder decir I’m from A Gen Ting ya la cosa comenzó a cambiar. Y cuando pude decir Wo lai ze A Gen Ting (vengo de Argentina) o wo shi A Gen Ting ren (soy argentino) todo cambió mucho más. Y es que claro, si uno dice Argentina o Arshentina (en inglés) no entienden y no tienen obligación de entender. Además, aceptémoslo, Argentina no es el país más famoso del mundo y tampoco es una palabra que los chinos utilicen a diario.
Al decirles A Gen Ting las respuestas siempre fueron variadas dependiendo del contexto social.
Fueron pocas las veces que alguien me dijo no conocer nada, y las veces que me pasó esto fue en el campo o en ciudades chicas. Aún así, estando en el campo, en aldeas arriba de una montaña o en ciudades de rascacielos, siempre la primera respuesta fue Maradona, Messi (a veces al revés) y zuzhou hen hao (fútbol muy bueno) con los pulgares arriba. A Maradona lo conocen hasta en el pueblo más chico. Llegué a ver a un chico que tenía la foto del jugador con la frase Hand of God. Con Messi pasa casi lo mismo, y por una cuestión obvia lo conocen más los más jóvenes. En 2 o 3 ocasiones vi a alguien con la camiseta de Batistuta, cosa que me llamó mucho la atención. Cuando digo que los conocen hasta en el pueblo más chico entiéndase bien, no quiere decir que todas las personas los conocen, pero siempre hay alguien, al menos una persona que los nombra. ¿Cuál es el motivo? Siempre me lo pregunté y todavía no lo entiendo, supongo que ese es el poder del fútbol. Por eso yo recomiendo a los argentinos que vayan a China llevarse la camiseta de la selección. Créanme, muchas veces me sirvió para romper el hielo y comenzar una relación. Incluso una vez me consiguió un trabajo, pero de eso les cuento otro día.
La segunda respuesta casi siempre es carne. La carne argentina es muy famosa en China, y con justificación ya que a la innumerable cantidad de restaurantes que fui (baratos, medios y caros) la carne allá, al menos para mí, siempre fue mala.

A falta de asado, una cabeza de pato picante nunca viene mal
Ya donde el nivel socioeconómico es más alto pueden llegar a nombrar a Perón o Evita. Por supuesto que el chino medio no va a nombrar a Perón, siempre depende del contexto, del nivel educativo de cada quien, de las relaciones que lo rodean a uno. Cuando a nosotros nos dicen China decimos Kung Fu, pero no muchos conocen una historia un poco más detallada de Mao, la masacre de Nankin y la pica que se tienen con los japoneses, por ejemplo.
Seguido de la carne siempre viene el tango. Yo no sé bailar tango y soy malísimo jugando al fútbol, así que cuando me pedían una demostración de alguna de estas actividades decía que estaba desgarrado. 😀
También nombran a las Malvinas y siempre dicen que a ellos les pasó algo parecido con Hong Kong y que Argentina debe seguir reclamando.
Ya en los niveles más altos se tiene mucha consideración al vino malbec argentino. Tenía yo un conocido que era dueño de un restaurant. El lugar era de lo más fino y caro, y asistía gente de la más alta sociedad. Entiéndase bien, millonarios. Y en ese lugar el vino más caro era uno argentino. Era la última novedad y estaba enmarcado en la entrada con un cuadro que hacía de propaganda.
Finalmente, hay gente perdida por ahí que si uno les habla en chino conoce más que la media. El ejemplo que más recuerdo es el de un hombre que vendía comida con un carrito en la calle, de bajos recursos económicos (en Argentina sería el equivalente a un vendedor de panchos o choripanes).El hombre casi no tenía educación formal y era muy charlatán, sin embargo conocía las pampas, los andes, la Patagonia , Buenos Aires, las cataratas del Iguazú y muchos otros lugares. Incluso me habló de San Martin. Por supuesto también conocía el tango, la carne y el fútbol. Estos, claro está, son casos excepcionales.
Ahí está, esa es la importancia de aprender otro idioma. Por eso, sin importar de donde sean, apréndase al menos el nombre de su país mínimo en inglés, y si pueden en el idioma local. Van a ver como todo es distinto tan sólo con eso.
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